lunes, 11 de febrero de 2013

Reflejos que transforman


Era en la tercer colina, pasando el Valle de los Largos Suspiros y antes de llegar a la Cascada de Aguamiel. Allí era donde vivía Hugo Cienflores, que también tenía cien flores parlantes y cien perros falderos...Sólo que estos no hablaban en absoluto y tampoco se apellidaba Cienperros, no...Sólo Cienflores.
Pero Hugo tenía una característica mucho más especial que su mero nombre. Era flaco, flaco; extremadamente flaco...Y se decía que tenía el mismo peso que unas simples hojas de papel, aunque claro, nunca nadie se había puesto a comprobarlo pues era más bien raro verlo en el pueblo...O en alguna parte. Quizá, producto de su delgadez extrema es que fuera tan poco visible para los demás.

Hugo no tenía caballo, ni carro de mulas que lo llevara (a donde fuera que éste iba). Cuando tenía la necesidad de ir a algún sitio, simplemente se dejaba llevar por las ventiscas y las rafagas de aire; era una cosa que no te explicabas del todo pero que como todo mundo en ese apartado pueblo, terminabas por aceptarlo y hacerte a la idea de que en un momento dado, podías ver al buen Hugo volando de aquí a allá...Siendo arrastrado por el caprichoso viento y sin ningún destino en concreto. Claro, eso si de entrada lo podías ver.


Hugo trababa amistad con todo mundo y con todas las cosas (por lo menos aquellos que contaban con la fortuna de cruzar su camino). Se decía que sus amigos los castores del Arroyo Perdido le habían confeccionado, en una ocasión, un bote de madera con una vara largísima en el centro, de la cual él iba agarrado mientras surcaba las aguas rápidas del Río de la Nutria; contaban quienes lo vieron en aquel día por pura casualidad, que lo confundieron con la bandera de aquella curiosa embarcación...¿A dónde iba Hugo esa mañana?, nadie lo conocía...Nadie lo siguió para averiguarlo, aunque tampoco se podía decir que a todo mundo le daba lo mismo, lo que Hugo hiciese o no, o que a nadie le interesara.

Como cierto día, en que la princesa Lidia; hija menor del rey regente del pueblo, se despertó horrorizada y alarmada por un sueño que había tenido. Nadie la podía calmar ni consolar...A duras penas nos pudo contar...Que en su sueño, una tormenta había venido y azotado al pueblo, y que ella misma vió como los vientos furiosos se llevaban a Hugo lejos, lejos...Y que el pueblo entero lloraba la desgracia pues jamás nadie lo había vuelto a ver.
Por lo anterior, el rey regente hizo llamar a sus mejores mensajeros para que fueran a buscar a Hugo Cienflores; que no fuera a salir durante las tormentas le iban a decir, o resguardarse en palacio en última instancia, era el deseo de la princesa y de su rey...
Los mensajeros se pusieron pues sus botas altas contra el fango; se amarraron sus pañoletas blancas para el sol y emprendieron el accidentado camino hacia el hogar de Hugo. Cinco hombres blancos, fornidos y de gruesos bigotes partieron ese día de palacio, más solo uno llegó hasta la tercer colina, 5 días más tarde, para entregar la misiva de su real eminencia; y no es que a los otros les haya pasado algo malo, no...Simplemente se fueron desviando de su objetivo principal, por así decirlo.

El exhausto y maltrecho mensajero apenas pudo subir la colina. Cada paso que daba le costaba ingentes cantidades de oxígeno. El sol caía a plomo y no había una sola ventisca que mitigara el calor y el lastre que era el cansancio acumulado de esos 5 días de viaje.
Sin embargo, a medida que subía, veía detalles alarmantes alrededor de él...Algunas ramas quebradas de los pocos árboles que había; una vieja rueda de madera - que le pareció extraño encontrar ahí pues sabía que Hugo no tenía ninguna carreta...
Su hinchado corazón le latió aún con más fuerza al vislumbrar la cabaña semi-destruida donde se pensaba que vivía Hugo.
Según sus costumbres, elevó algunas plegarias hacia el firmamento azul, esperando que el largo recorrido no hubiera sido en vano y hallar con vida al flaco y raro sujeto por el que se preocupaban sus majestades.

Atravesó los tranquilos y callados jardines. Ahí había cientos de flores pero ninguna le dirigió la palabra, como esperaba; ninguna le increpó por su aspecto descuidado y fatigoso. Pero muchas de esas flores habían sido también arrancadas o lastimadas por algo; a algunas les faltaban petalos o estaban por perderlos todos, mientras que otras yacían colgantes hacia abajo con el tallo roto; una verdadera masacre.

La desgastada y pequeña verja de madera se encontraba abierta y daba paso a la pequeña y modesta casucha, que parecía más bien recargada contra una ladera de la verde colina. O algo la había movido de tal forma que ahora parecía necesitar ayuda para sostenerse.
Si había puerta, ésta no se veía por ninguna parte. Cada paso le aportaba un nuevo y terrible descubrimiento de cosas rotas o vestigios de una espantosa fuerza que había barrido con todo y con todos. Allí donde miraba, encontraba algo que sin duda debía de haber estado en otro sitio.

No había ningún rastro de Hugo. La casucha tenía solamente dos estancias; y el desorden imperaba en ambas...Aunque algo le llamó la atención; al mismo tiempo que lo asustó y le bajó a los pies la roja sangre de su rechoncho cuerpo. Otro como él lo miraba también desde la segunda estancia; expectante, con los ojos abiertos como platos; sucio como él y con la boca tan alargada que parecía que un enorme agujero le había crecido en la cara...El espantado e incrédulo mensajero se retiraba y se volvía a asomar hacia el interior de la otra estancia, mientras que el otro lo imitaba de la misma forma. Tal parecía que el encuentro los había tomado por sorpresa a ambos.
Una curiosa y tímida vocecilla se hizo escuchar, para espantar de nuevo al mensajero del rey.

- Es sólo un espejo. No le tengas miedo...

¿Qué broma era esa?...Volteaba nervioso y asustado a todas partes pero no atinaba a ver el origen de aquella voz. O lo había imaginado?...Reunió los últimos y mengüados gramos de valor y se apresuró a susurrar (porque ya no le alcanzaba para hablar con mayor determinación, la verdad)...

- ¿Quién eres?...¿Qué quieres?
- Hablar contigo, por supuesto. No eres muy valiente que digamos, ¿verdad? No hay forma de que yo pueda inspirarte miedo, eso te lo garantizo...
- ¿Dónde estás?, ¿por qué no te muestras?
- Oh, lo haría sí pudiera, créeme...Pero desde que Hugo se fue y nos dejó; el vínculo se ha hecho tan...tan débil. Casi ha desaparecido, me temo.
- ¿A dónde se ha ido Hugo?...Tra-traigo un mensaje de sus majestades, los regentes del reino...Para Hugo. Debo hallarlo y dárselo...O llevármelo conmigo!
- Oh, pero has llegado muy tarde. Unos vientos furiosos ya se lo han llevado. Ocurrió 3 noches atrás...Y no volveremos a verlo. Estamos seguras.
- ¿E-estamos?...Quieres decir que hay más como tú?

La voz ignoró la pregunta del mensajero y continuó, pero con mayor fuerza que antes...

- Si en algo te podemos reconfortar, debo decirte que tú fuiste elegido mucho antes de tu partida del palacio...De manera que no es casualidad alguna que seas el único que ha llegado hasta aquí.
- ¿E-elegido yo?...¿Para qué?
- Volverás a plantar flores para nosotras...Y eso nos entusiasma mucho.
- Yo no haré eso!...No hay forma de que me obliguen a hacerlo, espíritus.
- Esa es una palabra muy curiosa. Nos divierte!...Ya antes nos han llamado así.
- ¿Qué eres en verdad?...¿Qué son ustedes?
- La respuesta a esa y muchas preguntas las encontrarás en la siguiente habitación. Ahí solía dormir Hugo, ¿sabes?...El espejo...Debes pararte frente al espejo y entonces nos conocerás.

El sujeto no quería entrar ahí. De alguna forma sabía que si lo hacía, no volvería a ser el mismo. Los espíritus eran engañosos, caprichosos y siempre engatusaban a las personas. Era lo que le decía su Abuela Pristina que en sus últimos días sólo tenía un diente en su arrugada boca, pero hablaba con la claridad de las aguas raras e inmaculadas...
Sin embargo, y él no sabía por qué, pero de pronto se encontró avanzando hasta la habitación del espejo. No había mucho más que ver. Tan solo ese ordinario espejo de cuerpo entero en el cual se veía a si mismo como ya lo había hecho antes.

- Sólo me veo a mi mismo...¿Dónde están, espíritus?

Y no hubo respuesta...Permaneció ahí parado, mirándose y mirando al espejo sin encontrar nada en especial. Ninguna revelación. Ningún mensaje...Más sin embargo...Sí había algunos cambios, pero estos eran...apenas perceptibles. ¿Eran sus manos un poco más delgadas que antes?, ¿y dónde estaba la papada de la cual se mofaban todos?...¿Estaba su rostro estirándose o todo ello era parte de su imaginación?
¡Debían ser ellos!, lo estaban haciendo más delgado...Cada vez más y más. Seguro que lo mismo le había ocurrido al desventurado Hugo. Su abuela tenía siempre razón y se maldijo por no haber escapado de ahí cuando tuvo oportunidad.
Sus brazos eran cada vez más flacos, como unas tiras de hule. Y su enorme panza?...Había desaparecido!...Nada de esto era natural!...

- ¡Para, para, yo no quiero esto!...Devuelvanme mi cuerpo, espíritus. ¡Se los ordeno!

Y entonces cobro consciencia. Era como si de pronto hubiera sido liberado de pesados grilletes; como si un negro velo hubiera sido retirado de sus ojos. En el espejo sólo estaba él, pero al mismo tiempo estaban ellos...Y él los pudo ver.

Afuera de la casucha, un perrillo paseaba campante, olisqueando aquí y allá...Había sido un día como cualquier otro, diría él (si pudiera, por supuesto). Sin embargo...Se detuvo en seco frente a la puerta. Había algo nuevo. Paró las orejas y escuchó esas voces otra vez. Voces que no entendía pero que siempre eran muy amables con él y con sus hermanos.
Decidido y alegre, cruzó la entrada moviendo el rabo de un lado a otro. Estaba ansioso por ver una vez más a los dueños de esas voces.

No hay comentarios:

Publicar un comentario